viernes, 28 de noviembre de 2008

POEMAS DE GERMÁN PARDO GARCÍA




CUADRO DE MIGUEL OSCAR MENASSA: HOMENAJE A GERMÁN PARDO GARCÍA: http://www.momgallery.com/



EL POETA GERMÁN PARDO GARCÍA


TESTIMONIOS DEL VIENTO (fragmento)
I
(La voz de la Tierra)


Si quieres escuchar este poema recitado por el poeta Miguel Oscar Menassa, puedes hacerlo
siguiendo este enlace:



Yo, la Tierra solemne, la que he sido

Carne del Hombre y cal de su hermosura.

Yo, sólida de peces masculinos
y líquida de válvulas licuantes.

Yo, que a nivel de las rosadas piedras

escarabajos de coral educo

bajo la luz de mis azules foros.

Yo, que en la frente cazadora tengo

raíces de arbolada encornadura,

y que embalso a los ríos en mis venas

para irrigar con ellos la sequía.

Yo, que escucho correr sobre mi cuerpo

las angustiadas bestias iracundas;

que lenta soy en madurar los bulbos

y en la osificación de mis cartílagos,

aquí, desde la sal que me abastece;

desde mi corazón de yesca antigua

y de residuos de materias bajas,

pregunto por mis hijos.

Soy la madre selvática de selvas femeninas,

que el tenue musgo de los sexos dora.

Soy la hembra multípara en sus actos

profundos de preñez y de lactancia.

La mujer que bajó hasta los orígenes

de los rudimentarios alimentos,

a buscar el licor que de las glándulas

a la pulpa labial surge y blanquea.
Pregunto por aquellos procreados

al mestizo color de mi semblanza.

Yo los formé de mí hasta convertirles

en figuras retráctiles y eréctiles.

Clavé luceros en sus lacias crines;

un topacio pulsátil a su izquierda

y un carbunclo radial entre sus ojos.

¡Oh seres míos de espaciales vuelos!

¡De piernas duras y cuadrados hombros!

¡De uñas cual zarpas de apacibles fieras

y alma de espuma y rotación sanguínea!

¡Recias criaturas de infinito alcance,

que tú, oh Muerte, por romper mis vínculos,

a tus jardines apagados llamas!

Pregunto por vosotros, seres míos,

pescadores y agrícolas enérgicos.

Haced que fulgurantes me respondan

vuestros labios fructívoros y agrestes.

Si mi lengua boscal es casi sorda,

gritadme los vocablos que modulo

con voces de lejanas cornamusas

y broncos monosílabos de trueno.

La verticalidad que os di contiene

azúcar de limones amarillos

y grasa de purísimas almendras.

Humedad como el cuerpo de los pinos;

acero como el fondo de las minas;

azufre de las rocas esteparias

y fósforo de océanos y escualos.
Pregunto por mis hijos leñadores,

que al ruido de sus gubias y garlopas

trabajan mi floral carpintería.

Por aquellos que labran mis canteras;

por los que silenciosos me roturan;

por los dominadores de caballos

y los que en las llanuras sacrifican

a mis ásperas reses mancornadas.

¿En dónde están mis hijos, ayudantes

de la locomoción en mi tarea?

Recuérdolos mirándome de frente

con toda la rudeza de sus caras.

Su consanguinidad con los cuadrúpedos

les daba simbolismo de centauros,

porque bestiales como potros eran,

y a la vez de celeste jerarquía.

Yo los vi conquistar elevaciones

en las que sólo puéblanme las nubes.
Ir más arriba hacia el bastión aéreo

y descender a hundirse en mis entrañas
con la tenacidad de sus taladros,

a extraer el carburo que se empoza

cual una densa lágrima de aceite

continental, debajo de las criptas.
Seres míos, no luces sino brasas.

No carne dolorosa sino músculos.

No espartos suplicantes sino selvas.

No casas de amargura sino pueblos.

Titanes destroncados de sus cruces.

Cadenas destrozadas por la furia.

Pilotos en sus águilas dementes.

No arcángeles divinos sino obreros.

Murallas de los pies a la cabeza
y grandes a pesar de la agonía.

Pregunto por vosotros. Soy la madre

selvática de selvas donde esconden

su lujuria los negros cuadrumanos.

Huelo a almizcles sexuales y a placentas.

A glándulas lactarias derramándose,

y a la potencia de violentos búfalos

cuando excitados en la sombra mugen.

Y clamo por vosotros y pregunto
por vosotros,

con mis invocaciones

de sexo universal, íntegro y fuerte.
TEORÍA DE LA NOCHE AMERICANA
Si quieres escuchar un fragmento del poema recitado por el poeta Miguel Oscar Menassa, puedes hacerlo en el siguiente enlace:

Antes que la gran tarde continental se llene de sombras,
cual una patria aérea invadida por oscuras águilas,
concentraré mi cuerpo cerca de estos valles
que dibujan sobre los meridianos de la tierra
la historia remotísima de la sangre aborigen
y los relatos del hombre habitador de hidrópicos mundos.
Haré que las hondas selvas próximas a escuchar pregones lejanos
de quenas, cornamusas y roncos teponaztlis,
me entreguen su conmoción ante el silencio
que baja de los Andes como jaguar a las cuevas
donde arañas deformes trabajan para la muerte,
como trabajan también hormiga y chucua para la muerte,
mientras la constructora mecánica del suelo
fermenta el hervor caótica de gérmenes que viven
mezclándose con la pudrición debajo de las ciénagas.
Como un emperador indio
envuelto en su soberbia casta legítima;
de pie sobre las rocas sagradas y los ojos
fijos en los holocaustos del sol en su poniente,
así en rojo tezontle cimentaré mi sueño;
en lo más mexicano de un peñón borrascoso,
donde mis sienes puedan sentir los tránsitos del aire
y comprender mi espíritu la fuerza de unos pueblos
que amaron como yo estas mismas cordilleras de América;
aquí se arrodillaron,aquí se engradecieron
y aquí como profetas agrícolas hablaronde las cosas nutricias;
de los bosques sedientos;
del alcance horizontal de las raices
y la fidelidad del hombre a las montañas.
Me tenderé a la orilla de un lago migratorio
para que así, muy junto de su fluvial deslave,
pueda tocar con más justicia el polvo de las vértebras;
la virtud labrantía de los dedos
y el estrago ya disperso de las rótulas,
caídas en la arena y calcinadas
por furias que chocaron contra el moreno Continente,
hasta desquiciar columnas monolíticas
y fundir aquellas láminas de oro.
que brillaron en los dintetel de las casa
llamándolas de las más humildes músicas
cuando el viento les hería sus biseles,
como si fueran de carrizo silbador o de atributos del maíz.
Me tenderé a la orilla de un lago porque América,
desde el Yukón a la Patagonia,
salió del agua en el principio de los tiempos
como una balsa llena de plátanos y piñas;
balsámicas maderas;
azules mariposas;
venenos y volcanos;
defensa pectoral hecha de pieles
de caimán aletargado en la manigua,
y plumas de quetzal
escondido cual una móvil esmeralda
bajo las selvas del Petén.
Así América lacustre, bestial y cataclísmica;
recuérdalo figuras de batracios que los indios
esculpieron suplicantes en las rocas,
para pedir que se alejaran
los líquidos poderes invasores.
El agua retirándose dejó sus venas repartidas
en las vertientes amazónicas;
sus ojos en los lagos de la dulce Guatemala
y su cabellera al pie del Iguarú.
El agua fue para América origen tempestuoso de su vida.
Por eso cuando pronuncio estas palabras
con algo de su espíritu y su sangre,
idólatra y pagano confieso
la primitiva pasión que me subyuga,
y digo una plegaria que comienza
signándome la carne con luceros arborescentes,
en el nombre de la Tierra y del Espacio;
de la caoba que contiene vigas y sepulcros;
de los vestigios caminantes de la raz
ay del sol que todavía nos gobierna en las alturas.
Una plegaria que principia proclamando
mi culto a las tinieblas de la noche,
y concluye con actos de fe sin esperanza
en la amargura original de América.
y ante las sordas cumbres del Chimborazo clama.
Así creo en mi país meciéndose con ruidos de selva irremediable
desde el Darién al Putumayo.
Así mi nación de ríos que ningún mar resume.
Así Colombia acuática y agobiadoramente vegetal.
Me tenderé cerca de silencioso río a esperar la noche
que invade con su espuma de inorgánicos ébanos,
las subterráneas formaciones de carbón.
Me tenderé a esperar la noche
Como antes al regresar de sus asaltos
a los cobrizos peces y las leonadas fieras,
los rápidos arqueros cazadores.
Me tenderé a esperar la sombra cerca de silencioso río,
porque agua, oscuridad y hermetismo selvático
son la terrible clave hereditaria
del hombre de América.
Tres buitres anclados en escuetos farallones.
Tres Orinocos desaguando siempre en nuestra sangre.
Tres murallas mortuorias oprimiendo
los pantanos donde suplica el «diostedé».
Únicamente los que nacimos en América
comprendemos la enormidad del telúrico luto.
Decid a un americano auténtico la palabra «penumbra»,
y agitará los brazos
como un ofidio constrictor.
Es su nocturno instinto, su inclinación de selva
buscando sus orígenes.
Decílde "agua" y entonces descrubriréis lagunas
en sus ojos manchados de crepúsculos.
Sin embargo decidle "silencio" y en sus manos
florecerán manojos de catleyas.
La flor americana del silencio que nunca
se interrumpe. La flor más desértica y libre.
Se alimenta de brisas y silencios y músicas
inaudibles. A veces palidece y suspira.
Se sostiene en la danza. Se ilumina con los éxtasis.
Nace sobre una vara de silencio y olvido
y en olvido y silencio multiplícase y muere.
Otros días quisiera volar como un espíritu
y alejarse entre luces amarillas y lágrimas.
Abandonaré ciudades donde se cumple mi destierro
de todo cuanto es orgánica energía.
Allá dejé raíces como brazos que abren túneles
por donde pasan atropellándose en su arterial carrera,
los verdes glóbulos del fondo.
Dejé calor sacando a cada instante vidas trágicas
del territorio fétido que pudre.
Dejé vigor, crueldad en las batallas animales
y un odio de tinieblas contra hombres y criaturas.
Yo llamo a la noche americana: ¡madre!,
y ella me grita desde sus cóncavas regiones: ¡hijo!
No conocí a mi madre. Murió cuando mis ojos
ignoraban las transformaciones de la luz.
No conservo su memoria o si la guardo
es como río doloroso fluyendo entre lo oscuro.
La noche protegió mi formidable desamparo.
Crecí como algo suyo; como se desarrolla el trueno
en sus velocidades enemigas.
Hay un rencor en mí contra la claridad y la esperanza
y una insubordinación irredimible.
Llamadme por el nombre de una bestia nocturna
y acudiré,
porque mi confusión es parte de la noche
y mi angustia un zarpazo de su abismo.
Abandonaré metrópolis de cal donde se cumple mi destierro.
Allá me aguardan vegetaciones oscurísimas
y toros con tormentas en los cuernos;
obsidiana en los ojos y pezuñas,
y cuerpo de canela que se vuelve
misterioso en las cúspides sin astros.
Así América implacable en su hermosura;
vital bajo sus légamos caribes
y pobre entre sus ídolos de oro.
He de volver a sus desiertos a engrandecer mi espíritu.
Su sombra es luz de mis poderes veteranos.
Su pan el hambre de mi boca.
Su tempestad mi sosiego.
Su pudrición el más salvaje de mis gozos.
Yo soy el compañero de sus tribus que caminan
sobre savias vigorosas preguntando
por el instante mismo de la muerte.
Abandonaré ciudades, olvidaré metrópolis
y volveré a tenderme a la orilla de un río silencioso;
uno de esos turbios ríos de nombres musicales: Inírida, Vaupés,
a esperar como las serpientes el amparo de la noche de América.




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